Y se creció el Sol.
Fue alzándose, poquito a poco, con la mínima prisa, como siempre. No ha conseguido encontrar a Marivicio en su casa, ni en el trabajo, ni en la calle, ni en los bares, en ningún lado, hasta que le pareció ver el brillo esperanzado de sus ojos através de una ventanilla de avión mientras penetraba, con decisión, en una gran tormenta eléctrica.
Todo lo que sube vuelve a bajar. Todas las salidas acaban volviendo a casa. Como no, el Sol no iba a ser menos. Hoy se acuesta pensando en que mañana se despertará y verá a Marivicio rehaciendo su vida con quién siempre ha querido, pero a veces al destino le gusta jugar con simples mortales como él. Lo único que ha podido ver esta vez son cadáveres dejándose llevar por el ritmo del mar. Aunque a lo lejos, en un montículo de tierra no más grande que un campo de fútbol, ve algo. Ve a una persona que no se puede creer que haya acabado ahí. Es Marivicio.
-Qué increible es todo esto... ¡Conforme quiero acercarme más a la felicidad, me van pasando cosas malas! ¿Y ahora qué? ¿Cómo salgo de aquí? ¿Vendrá alguien a rescatarme?
El pobre Marivicio ahí queda, en una isla quién sabe si desierta, preocupándose de cómo salir en vez de ocuparse en salir... Como habría cambiado su vida si en vez de preocuparse por el qué pasará si le dice algo a Victoria sobre sus sentimientos, se hubiera ocupado de sus sentimientos hacia ella. Sin ir más lejos, probablemente ahora mismo no estaría en una isla.
-¡Ya no tiene sentido darle más vueltas! El pasado poco me importa, en la situación en la que estoy solo me recuerda a cosas que pude hacer y no hice o que directamente me arrepiento de haberlas cometido o no. Y si ahora mismo, en mi presente, no me ocupo de salir de aquí... ¿Para qué me iba a preocupar, si me quedaría sin futuro?
Parece que ese discurso que ha soltado medio llorando y medio riendo han cabreado más a las; si no las mismas, parecidas, nubes que habían derribado el avión en el que viajaba Marivicio. Él, sabiendo que solo depende de si mismo para salir de ahí y que tiene todo el tiempo del mundo para demostrarlo, buscó un sitio seco dónde sentarse. Y se sentó.
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