De nuevo el Sol se alza otro día más sobre los cielos. Nadie sabe por qué todos los días pasa por el mismo camino y a la misma hora. Se dice que una vez pasó por ahí la Luna, y desde entonces sigue ese camino con la esperanza de poder verla aunque sea una vez más... No sabe lo difícil que lo tiene.
Marivicio ya no reconoce lo que es el día o la noche. Tras la muerte de su madre, se pasa noches enteritas llorando, y días siendo un vegetal entre sueño y sueño en la cama, en el sofá, en la mesa... Donde mejor le pille.
No sabe cuánto tiempo ha pasado. Ni si quiera nosotros podemos saberlo. Ha pasado el tiempo justo para que Marivicio recibiese una sustanciosa herencia y su vecina Victoria de un giro a su vida, y ya de paso a la vida de Marivicio.
-¿Cómo estás? Te noto mejor cara -Le dijo un día Victoria a Marivicio con la esperanza de poder mantener una buena conversación con él y contarle algo importante.
Marivicio, que ya estaba muy harto de las conversaciones convencionales le respondió:
-Ni nunca he estado tan mal, ni nunca he estado tan bien. Mi vida es una historia triste, pero no la que más, y eso es lo que más pena me da.
-¡Ya basta! -Victoria se cansaba del pesimismo permanente de Marivicio. -He venido a decirte una cosa, he encontrado un trabajo en Argentina y me marcho ahí a vivir en una semana. Cuando decidas salir de este estado en el que estás, mi casa está ahí, podrás pasar a despedirte.
Ella piensa que está haciendo bien en ser tan duro con él, lo que no sabe es que lo está hundiendo más y más.
Definitivamente para Marivicio dejaron de existir los días y las noches. Ya no existía el tiempo para él. Pero para el resto de las personas sí. El tiempo se puso sus zapatos de deporte y empezó a correr. Adelantó, casi sin inmutarse, minutos, horas, días, semanas, meses... Marivicio mientras tanto no salía de su casa. Para él no había tiempo. Lo mismo estaba dos días con sus dos noches sin dormir, que estaba tres días y tres noches durmiendo. Un descontrol de horario. El tiempo que estaba despierto se lo pasaba tan solo describiendo lo que hacía en ese mismo momento. Como ahora mismo que está barriendo su casa:
-A ver, un poquito más por aquí. Movimiento de brazo, esa es la clave. Un, dos, un, dos... Voy a dejar la casa limpísima.
Y un día cualquiera, viendo que no podía espantar más tiempo a sus fantasmas, decidió ir a un bar de su barrio. Tomarse una cerveza, escuchar música, conversar con alguien son cosas que en ese estado tan depresivo le vendrían muy bien.
En el bar se encontró a unos viejos conocidos del instituto, y empezaron a invitarse entre ellos. Todos los que compartían mesa con él reían a carcajadas, todos menos él. A uno se le ocurrió preguntar que le pasaba, y Marivicio, que ya iba un poco entonado por tanta cerveza, lo contó sin ningún problema.
-Tio, lo que debes es ir a Argentina y declararte. Tienes pasta de sobra, y además no puedes pasarte el resto de tu vida así. -Dijo uno de sus conocidos.
-¡Que va! Imaginate que va y no consigue nada, solo lo hundiría más y más. Quédate aquí, buscate otro trabajo y otra mujer. Nunca es tarde para rehacer tu vida. -El resto de la mesa estaba de acuerdo con este último.
Cuando todos se marcharon, Marivicio se quedó reflexionando un poco sobre que hacer.
-¿Por qué nadie ha apoyado al riesgo? ¿Qué serían capaces de hacer ellos en situaciones como estás? Creo que nada... En realidad ellos solo viven para morir. No buscan lo que quieren y además, por ser mayoría, se respaldan los unos a los otros y al final nadie hace nada. No sé quién tiene la razón, no sé que debo de hacer... Pero sí sé lo que haré, escucharé a la minoría y le haré caso. ¿Qué dice la minoría? ¿Qué vaya a Argentina? Pues iré. Tengo dinero de sobra. Pero me iré ya mismo, asi no tendré tiempo de meditarlo más detenidamente.
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